El abuelo yace
en la habitación contigua. En silencio van entrando de uno en uno en la cocina,
las tres hijas, herederas directas, con sus maridos y la viuda de su único hijo.
Ellos visten traje negro, ellas riguroso luto.
“Aprovechamos
que hoy estamos todos…” comienza diciendo uno de los cuñados.
Tienen
prisa por repartirse la herencia del abuelo: unas tierras, un par de pisos, uno
de ellos pequeño, unas acciones a la baja y dinero en la cartilla.
Los allegados,
los que no son de la familia, vienen con las ideas claras, afilados los
colmillos y codicia en los ojos.
Empiezan a
marear a las pobres mujeres con palabras raras: tasaciones, cuentas de la vieja
y valores de mercado.
Dos de las
herederas salen perjudicadas, pero ellas no lo saben; con el tiempo dejaran de
hablarse con el resto.
Una vez se
hubo firmado el reparto, los hombres se sirvieron un vaso de vino, ellas, en
cambio, permanecieron entre penas y sollozos.
Atado a la
cancela, el perro del difunto no sabe que tiene los días contados.
Ya vamos viendo esto mismo de cerca, pena
ResponderEliminarPues si, gracias
ResponderEliminarPasa sacado de alguna experiencia. Auténtico y verdad
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