domingo, 2 de noviembre de 2025

LA CASA DE LOS ABUELOS

 

Regresó al pueblo, quizá por última vez. Se dirigió directamente a la casa. Al abrir la puerta, un tropel de recuerdos le viene a la memoria: el olor a rosquillas recién fritas, el abuelo limpiando su pipa, sentado en su sillón de mimbre o el viejo triciclo entorpeciendo el paso, pero sobre todo recuerda las historias que le contaba el abuelo y que le hicieron pasar tanto miedo cuando era pequeño.

Eran historias de una guerra que hubo hace mucho tiempo, sobre soldados que entraban en las casas, y de mujeres y niñas que gritaban y lloraban desamparadas o de vecinos y amigos que se escondían detrás de las paredes de sus casas y de los que nunca se volvió a saber nada.

No le gusta esa extraña sensación que producen las casas viejas de los pueblos cuando están vacías. Le angustia el ruido provocado por las pisadas en los peldaños de la escalera de madera, la que comunica la planta baja con la primera planta. El silbido del aire de la calle al golpear los cristales de las ventanas mal cerradas le asusta, pero lo que peor lleva es el crepitar que produce el viento al introducirse por el tiro de la chimenea; eso le aterra.

Esa noche, se acuesta temprano, pero no puede conciliar el sueño al recordar de nuevo esas historias.

En un momento de la noche cree haber oído ruidos de pisadas, se queda en silencio unos segundos que le parecen horas y no vuelve a oír nada, pero tiene la sensación de que alguien estuviera subiendo la escalera, hasta le parece como si agarrara el pomo de la puerta de la alcoba con la intención de entrar. Aterrado, cierra los ojos y se acurruca entre las sabanas. Se debió quedar dormido porque al abrir los ojos de nuevo ve unos haces de luz que entran por la ventana, y piensa aliviado que ha debido de ser un sueño.

No obstante, se da una vuelta por la casa, para comprobar que está todo en orden. Observa como la puerta que accede al patio desde la cocina está mal cerrada. Asoma la cabeza y se queda horrorizado. Una de las paredes se ha caído y deja entrever un hueco. Se acerca con cuidado y lo primero que se encuentra es una vieja mesa, con restos de comida en un plato, también un desvencijado catre y restos de cera de unas velas gastadas. Está asustado, no puede moverse, intenta gritar, pero no le sale sonido alguno. Nota cómo algo o alguien le toca el hombro.

Las campanas de la iglesia comienzan a tañer, una, dos, tres… hasta ocho veces. Son las ocho de la mañana. Le cuesta abrir los ojos. Ya es de día. ¡Qué horror, he tenido dos pesadillas dentro de un mismo sueño!, piensa.

Sale de la alcoba y baja las escaleras con la intención de dar una vuelta por la casa para ver si está todo en orden. Una vez dentro de la cocina, cae en la cuenta de que la puerta que accede al patio está entreabierta. Asoma la cabeza y lo que ve le deja horrorizado.