Regresó al pueblo, quizá por última vez. Se dirigió
directamente a la casa. Al abrir la puerta, un tropel de recuerdos le viene a
la memoria: el olor a rosquillas recién fritas, el abuelo limpiando su pipa,
sentado en su sillón de mimbre o el viejo triciclo entorpeciendo el paso, pero
sobre todo recuerda las historias que le contaba el abuelo y que le hicieron
pasar tanto miedo cuando era pequeño.
Eran historias de una guerra que hubo hace mucho
tiempo, sobre soldados que entraban en las casas, y de mujeres y niñas que
gritaban y lloraban desamparadas o de vecinos y amigos que se escondían detrás
de las paredes de sus casas y de los que nunca se volvió a saber nada.
No le gusta esa extraña sensación que producen las
casas viejas de los pueblos cuando están vacías. Le angustia el ruido provocado
por las pisadas en los peldaños de la escalera de madera, la que comunica
la planta baja con la primera planta. El silbido del aire de la calle al
golpear los cristales de las ventanas mal cerradas le asusta, pero lo que peor
lleva es el crepitar que produce el viento al introducirse por el tiro de la
chimenea; eso le aterra.
Esa noche, se acuesta temprano, pero no puede
conciliar el sueño al recordar de nuevo esas historias.
En un momento de la noche cree haber oído ruidos de
pisadas, se queda en silencio unos segundos que le parecen horas y no vuelve a oír nada, pero tiene la sensación de que alguien estuviera subiendo la escalera, hasta
le parece como si agarrara el pomo de la puerta de la alcoba con la intención
de entrar. Aterrado, cierra los ojos y se acurruca entre las sabanas. Se debió quedar
dormido porque al abrir los ojos de nuevo ve unos haces de luz que entran por
la ventana, y piensa aliviado que ha debido de ser un sueño.
No obstante, se da una vuelta por la casa, para
comprobar que está todo en orden. Observa como la puerta que accede al patio desde
la cocina está mal cerrada. Asoma la cabeza y se queda horrorizado. Una de
las paredes se ha caído y deja entrever un hueco. Se acerca con cuidado y lo
primero que se encuentra es una vieja mesa, con restos de comida en un plato,
también un desvencijado catre y restos de cera de unas velas
gastadas. Está asustado, no puede moverse, intenta gritar, pero no le sale
sonido alguno. Nota cómo algo o alguien le toca el hombro.
Las campanas de la iglesia comienzan a tañer, una,
dos, tres… hasta ocho veces. Son las ocho de la mañana. Le cuesta abrir los
ojos. Ya es de día. ¡Qué horror, he tenido dos pesadillas dentro de un mismo
sueño!, piensa.
Sale de la alcoba y baja las escaleras con la
intención de dar una vuelta por la casa para ver si está todo en orden. Una
vez dentro de la cocina, cae en la cuenta de que la puerta que accede al patio
está entreabierta. Asoma la cabeza y lo que ve le deja horrorizado.

No hay comentarios:
Publicar un comentario