Le resultó
difícil de explicar, pero se arriesgó y tomó partido sin dudar.
Se dirigió
al corral, cogió un huevo recién puesto, no sin levantar un gran revuelo entre
el animalario. Después tomó unas patatas y una cebolla del huerto, aquí no hubo
revuelo, como resulta obvio.
Colocó las
viandas sobre la mesa con parsimonia y sin orden, también acercó el cuenco de
la sal y la grasienta aceitera. Entonces, en un acto solemne y antes de colocar
la sartén en el fuego, cogió el huevo aún caliente y lo elevo a las alturas sin
perderlo de vista y con una imperativa energía dictó la siguiente sentencia: “Eureka,
por fin aclaré el eterno dilema, primero la gallina y después el huevo”.
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