Hacía tiempo, mucho tiempo
que no visitaba el pueblo,
mil excusas y ninguna cierta,
desavenencias o algún despecho,
algún amor no correspondido
o quizá fuera lo contrario
algo más sencillo, el olvido.
Una notificación tuvo la culpa.
que no visitaba el pueblo,
mil excusas y ninguna cierta,
desavenencias o algún despecho,
algún amor no correspondido
o quizá fuera lo contrario
algo más sencillo, el olvido.
El abuelo le dejó unas tierras,
las que un día ocupara el huerto,
a escasos metros del pueblo,
a un lado de la calzada, junto al río,
en el otro, quieto, el cementerio.
y el canal le pasa por encima,
unas compuertas son testigos
y a él, de pequeño, le daba miedo.
la puerta de acceso vencida,
cuatro maderas mal puestas,
un pestillo casero de madera
y de resbalón, un pedazo de cuerda.
A cada lado un murete de adobe,
con los sillares enfoscados de barro
y acabados romos por el viento.
dando de comer a los conejos,
a las gallinas y a un enorme tocino.
arrancaban las malas hierbas,
sembraban, regaban o recogían
la semilla, los surcos o los frutos,
engrasaban la tajadera de la acequia,
los aperos o la polea del viejo pozo.
Un día, siendo crío, le dijo a su abuelo
que de mayor quería ser labrador,
pero la ciudad no estuvo de acuerdo,
ahora cree que ese fue el motivo
de porqué el abuelo le dejó el huerto.
podría ver realizado su sueño,
disfrutaría como lo hizo de crío
se haría cargo del huerto de nuevo,
un sombrero de paja, una azada
un pañuelo con nudos, ganas
y todo el tiempo del mundo,
era todo lo que le hacía falta.
De esto hace tres o cuatro años
ojalá pudieran estar aquí para verlo.
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