El ruido ensordecedor y
molesto de una aspiradora,
rastreando los suelos,
buscando desesperadamente,
husmeando como un
sabueso, nutrientes que llevarse a la panza,
gritando a grito pelado por
cualquier ventana abierta
y yo pasando por debajo a
esas horas tan tempranas,
en las que daría lo mismo
desear un café que pedir una copa.
El olor a fritanga barata,
que alguna buena persona
anda ya de madrugada, cocinando
la comida diaria,
pensando en sus cosas,
con el sueño pegado como una sombra,
sin apenas apetito, pero
sabiendo que al acabar la mañana,
defenderá como un perro
en celo su preciado trofeo,
oliendo el aceite
quemado,
al pasar por debajo de cualquier ventana
abierta.
Mis zapatos, buscan las
huellas dejadas por las pisadas de otros días,
calle arriba, calle
abajo, cruzando calles, doblando esquinas,
luces de ciudad, únicos
testigos de mi solitario camino,
escaparates de tiendas
que estando cerradas, parecen abiertas,
iluminados como si
estuvieran celebrando algún silencioso evento,
maniquíes, como únicos
invitados, quietos, sin alma, tiesos.
En ese andar sin rumbo
pero con definido destino,
siempre hay una cara
bonita en tu camino,
o cualquiera otra gente,
que van cruzándose contigo,
sin importar el género,
por descontado,
con mochilas a la espalda
o con bolsas y bolsos asidos,
miradas perdidas o con
cara de niño con sueño,
y yo haciendo un recuento
con cuantas me cruzo,
sobrándome dedos de una de
las manos.
***