Una farola, a medio
camino entre mi ventana y la nada,
enviando señales, desesperada,
sus guiños y parpadeos,
entran en mi estancia,
debido al desgaste del
filamento,
quizá vaya notándose también
los años,
o que se le están
acabando las pilas.
Las calles van ocupando
su sitio, su lugar,
la noche, entre quieta y
dormida,
la afluencia de gente
escasa, casi nula,
va llegando el momento de
poner el pie en tierra,
con los ojos a medio
abrir,
estando aun cerrados… y
las ganas.
Esos segundos en duermevela,
entre la gloria de las sabanas
y la penitencia de
enfrentarse al día,
que aprovechamos para
pasar lista,
a las tareas, las que
hicimos ayer,
las que dijimos mal
dichas, las meteduras de pata
o aquellas otras que
dimos en la diana,
a las personas que
tenemos a mano, a las más cercanas.
Luego, cualquier cosa te
anima,
el aroma de un buen café,
o del pan recién horneado,
unos buenos días, de la
persona querida,
un venirte arriba con muy
poco,
de repente te das cuentas
de lo bien que te sientes,
que no pasa nada, que el
día promete,
que por fin es viernes.
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