miércoles, 24 de septiembre de 2025

LA MUDANZA (Microrrelatos hasta 100 palabras)


 CONCURSO RELATOS EN CADENA

No los puedo dejar tirados, crecieron conmigo, los abrazo. Los muebles viejos están en el pasillo esperando su turno y los libros amontonados en hatillos, de mala manera. Una cesta de mimbre repleta de DVD y vinilos dan un toque Cool al momento. Será lo siguiente en abandonar la casa.

Al fondo, una canción de Elvis trae recuerdos a mi cabeza. En la televisión, proyectan una película de amor, trata de alguien que susurra a los caballos para calmarles.

El transportista comienza a ponerme nervioso. Sigo abrazado a mi colección de cómics y tebeos, no los pierdo de vista, esos se vienen conmigo.


lunes, 15 de septiembre de 2025

DE PELÍCULA (Microrrelatos hasta 100 palabras)


 CONCURSO RELATOS EN CADENA

En aquella buhardilla nunca nos faltaron la cerveza ni Bukowski. La buhardilla ya no existe. Por los suelos se amontonan cientos de cuentos y relatos inacabados y en el frigorífico unas botellas de agua con gas.

El libro que dejamos a medias sigue abierto en la misma página. Conserva las frases subrayadas y un corazón sangrando dibujado.

Tumbado en el diván, con el vaso vacío, haciendo equilibrio entre los dedos y con la mirada perdida, oigo a una pareja despedirse entre las brumas de la noche. Ella, acaramelada, le dice como consuelo:

“Siempre nos quedará París”.

A nosotros, en cambio, el amor hizo todo el daño que podía haber hecho.

martes, 9 de septiembre de 2025

EL REPARTO

 


V EDICIÓN Premio Pablo Aranda Microrrelatos

El abuelo yace en la habitación contigua. En silencio van entrando de uno en uno en la cocina, las tres hijas, herederas directas, con sus maridos y la viuda de su único hijo. Ellos visten traje negro, ellas riguroso luto.

“Aprovechamos que hoy estamos todos…” comienza diciendo uno de los cuñados.

Tienen prisa por repartirse la herencia del abuelo: unas tierras, un par de pisos, uno de ellos pequeño, unas acciones a la baja y dinero en la cartilla.

Los allegados, los que no son de la familia, vienen con las ideas claras, afilados los colmillos y codicia en los ojos.

Empiezan a marear a las pobres mujeres con palabras raras: tasaciones, cuentas de la vieja y valores de mercado.

Dos de las herederas salen perjudicadas, pero ellas no lo saben; con el tiempo dejaran de hablarse con el resto.

Una vez se hubo firmado el reparto, los hombres se sirvieron un vaso de vino, ellas, en cambio, permanecieron entre penas y sollozos.

Atado a la cancela, el perro del difunto no sabe que tiene los días contados.

miércoles, 3 de septiembre de 2025

EL SUSURRO


 

Concurso Microrrelatos V Premio Pablo Aranda DIARIO SUR

El abuelo dormitaba, sentado a la puerta de la vivienda. Su nieto, a unos pasos, juega a la pelota; una anarquía de puntapiés sin ton ni son no evita que la pelota rebote en las paredes de la casa.

“Abuelo, quieres jugar a la pelota”, le suelta de sopetón.

Al abuelo no le queda más remedio, su padre no jugó con él y eso no lo ha olvidado. Se levanta con torpeza, ayudado de su garrota. El niño le acerca la pelota con el pie. Al abuelo le pasa la pelota por entre las piernas y la garrota, así una vez tras otra.

Pasado un rato, la madre llama al niño. Es la hora de la merienda.

El nieto coge la pelota y con ella bajo el brazo, ayuda a su abuelo a sentarse de nuevo, mientras le susurra al oído:

“Abuelo, cuando acabe de merendar, jugamos otro ratito”.

sábado, 30 de agosto de 2025

CITA A CIEGAS

 

Pedí consejo. Lo había probado todo: aplicaciones de citas, visitas a clubs de jazz, encuentros en bares de moda, talleres de lectura, incluso sacar a pasear las mascotas de otros.

“Plantea tus intenciones en Google”, me dijeron. Un sinfín de respuestas invadió la pantalla. Entre Wikipedia, videos que nada tenían que ver con lo mío y tutoriales que no venían a cuento, me encontré superada.

Después de varios intentos, algo llamó mi curiosidad. Un aviso apareció en pantalla: “versión del sistema operativo no compatible, descargue la última versión”.

Llevo horas tratando de solucionar algo que no entiendo y mi falta de cariño sigue intacta. Ya no quiero más consejos.

Mañana viene un técnico a sofocar mis nervios.

¿Y si fuera él lo que ando buscando con tanto ahínco?

sábado, 23 de agosto de 2025

LOS MOCASINES DE CUERO

 



El Marqués de Casa Grande
aceptó la apuesta sin miedo
creía que se trataba de un charco,
calculó mal la distancia y el perímetro.
 
Podía haber utilizado una barca
o haber lanzado una cuerda
desde una orilla hasta el otro lado,
pero no hubiera ganado la apuesta.
 
Vestido como si viniera de fiesta,
con calzas de seda, jubón de terciopelo
la casaca con grandes solapas
y calzado con mocasines de cuero.
 
No obstante, el Marqués insistía:
“Esto lo hago yo de un salto”.
Dijo entre exultante y borracho,
y de impulso tomó solo tres pasos.
 
Según se acercaba la hora del salto
el Marqués empezó a caer en la cuenta
que saltaría seco y saldría mojado
yéndose al traste tanto el reto como la apuesta.
 
Las carpas y los barbos dejaban espacio
decían: “No irá a saltar ese insensato”.
La casaca salió a flote sin solapas
y solo un mocasín apareció flotando.
 
***

lunes, 18 de agosto de 2025

LA CASA DE DETRÁS DE LA IGLESIA ( RELATO CORTO)


 

Escogió una del manojo de llaves que llevaba sujeto con una cuerda a la cintura del desgastado pantalón de pana. Una de esas antiguas de hierro, con una sola muesca en uno de los extremos, apta para abrir las puertas y portones de cualquiera de las casas de la comarca. Con cierta dificultad y cuatro vueltas de llave más tarde, consiguió abrir la puerta. Reinaba el silencio en el zaguán de la casa que empezaba a estar en penumbra.

Vivía solo desde hace mucho tiempo, desde que se quedó viudo por culpa de un maldito tumor. En una vieja casa de enormes sillares, en la parte antigua del pueblo, cerca del ayuntamiento y a espaldas de la iglesia.

No le dio la vida opción de tener hijos con el único amor de su vida, hasta ese momento.

Era un buen mozo, trabajador, introvertido por las circunstancias y discreto. Decían de él que era amargado y huraño, nada más lejos de la realidad. Instruido y culto, le gustaba la lectura y la música. Su difunta mujer había sido profesora de piano y con ella aprendió lenguaje musical y a manejar el teclado.

Trabajaba en el campo. Al volver a casa finalizada la tarea y una vez aseado, le gustaba servirse un vino, en su copa preferida, de cristal de tallo alto. Seguidamente, ponía un disco de música clásica o de jazz, sus modalidades preferidas, cogía el libro que estuviera leyendo y se sentaba en el sillón orejero, dispuesto en el salón, no muy lejos de la chimenea y a un paso del piano de pared que presidía la estancia, hasta la hora de la cena.

Devoraba los libros, sobre todo los clásicos, de literatura inglesa y cuentos de escritores americanos sobre todo. Le gustaba acompañarse de música siempre que leía, le relajaba y se concentraba mejor. Era poseedor de una gran colección de discos de música.

Su vida era sencilla, de rutinas. Madrugaba mucho. Cuando las campanas de la iglesia daban las cinco, ya estaba saliendo de casa.

Iba andando hasta una nave que tenía a las afueras del pueblo, donde disponía de un pequeño tractor de segunda mano, y unos cuantos accesorios y herramientas, todo ello necesario para las labores del campo. También guardaba en la nave un pequeño utilitario.

Poseía unas pocas tierras, cuatro o cinco campos y un pequeño huerto.

Apenas se relacionaba con nadie, entre otras razones, porque tampoco había muchos paisanos y paisanas a esas horas tan tempranas, y como ya quedo dicho, tampoco salía mucho de casa, lo justo para comprar en la panadería, el supermercado o en la carnicería. Alguna vez visitaba la ferretería para solucionar alguna reparación de urgencia o la tienda de ropa, para comprar diversas prendas o alguna muda.

Solo cuando eran las fiestas patronales, se le podía ver alguna vez, paseando por las calles o tomando algún que otro vino en alguna peña, que por insistencia se veía obligado a aceptar.

La calle donde tenía la casa, era corta, apenas albergaba seis u ocho casas, la mitad de ellas estaban vacías gran parte del año, pues sus dueños vivían o trabajaban en la capital y solo aparecían en verano. En la otra mitad, en una de ellas vivía Atilia.

Atilia se había pasado gran parte de su vida cuidando de su madre enferma, hasta que el año pasado murió una fría tarde de sábado. Desde entonces Atilia consiguió un trabajo en un almacén de material de construcción, en un pueblo cercano. Lleva el control del almacén y las cuentas.

Alguna vez, pocas, coinciden en el súper comprando alguna cosa, o en el centro de salud, para pedir alguna receta o tratar algún resfriado incómodo.

Es ella la que siempre se percata de su presencia y le saluda, él va distraído, ocupado con los estantes, los precios o la lista de la compra.

Alguna vez ella le pide ayuda para reparar algo, limpiar algún filtro de la caldera, o pedirle la caja de herramientas, a veces aun no haciéndole falta. Él siempre se ofrece para ayudarla, sin más pretensiones.

En Navidad, han tomado juntos un café con algún dulce, por aquello de desearse lo mejor para el futuro o en algún cumpleaños de ella le ha invitado a pasar para presenciar como sopla las velas, piensa un deseo y de paso se toma un trozo de bizcocho.

Hoy ha llegado temprano a casa, escoge una llave del manojo que lleva sujeto a la cintura, como de costumbre siempre escoge la misma. Reina el silencio en el zaguán de la casa que empieza a estar en penumbra. Hoy no es un día como los demás, pero no lo sabe.

Llaman a la puerta. Es ella. En un movimiento repentino se abraza a su cuello. Le da dos besos, el primero asustadizo, frío, espontáneo, el segundo fue largo, cálido, eterno, consentido.


***