lunes, 30 de octubre de 2023

LAS MANOS


 
Recibió un encargo, tenía que escribir un relato sobre las manos, las suyas, y se lo tomo en serio. Le costó iniciarlo, después de decenas de hojas en blanco, arrugadas y encestadas fuera del aro, situado en el suelo, en un rincón de su cuarto, hasta que por fin le visitó la inspiración, y fue cuando comenzó a cumplir el encargo.

Las observo de nuevo, detenidamente, estableció un orden, primero comenzó con la derecha, que para eso era diestro, luego la otra, la del otro lado, y les iba dando la vuelta, con parsimonia, anverso y reverso, y en cada vuelta, se quedaba quieto, mirándolas, y en lo primero que pensó fue que siempre habían estado juntos, y que nunca o casi nunca las había tenido en cuenta, y apenas las había concedido el valor que realmente habían tenido en su vida.

Recordaba vagamente los primeros meses de vida, de bebé, se los pasaba tumbado, sus manos fueron su primer compañero de juegos, cuando las cerraba en forma de puños y las miraba sin cesar, ellas en lo alto y el tumbado en su cuna, una vez tras otra, o cuando tenía hambre o le iban a salir los primeros dientes, y se las metía en la boca, y la felicidad le cubría toda la cara.

Más adelante, sin darse cuenta, comenzó a dar sus primeros abrazos, y a tocar con sus manos la cara de su mamá cuando le cogía en brazos, y la de su papá, y la de muchos extraños.

Aún recordaba, ya de niño, la cantidad de juegos a los que había jugado con la ayuda de sus manos, asiendo objetos, arrojándolos, sujetándolos con ambas o empujándolos con los dedos.

Ya en la escuela, le enseñaron a coger el lapicero, a escribir sus primeras letras, sus primeros dictados, a garabatear los cuadernos, a llevar la cartera o coger los bocadillos y meterlos en la mochila.

Comenzó a atusarse el pelo, a lavarse, o enjugarse las lágrimas, a sujetarse con las manos, la cabeza, cuando tocaba empollar en los estudios, o taparse la cara cuando no quería estar con nadie. A tomar apuntes, a rellenar exámenes y formularios, a firmar sus primeros contratos, a dar apretones de mano.

Y en el día más feliz de su vida, a sujetar el anillo, el que todavía brilla y aún hoy le da vueltas con los dedos de la otra mano, mientras escucha, barrunta o piensa.

Y llegó a día de hoy, y aquí está con sus manos, completas, bonitas, con algún dedo torcido, reflejo del paso del tiempo, y esa “M” grande dibujada en las palmas de ambas manos, esa línea que decían de la vida, y sigue mirando de nuevo sus manos, detenidamente, en orden, atento, pensando que hubiera sido su vida sin sus hermosas manos.

10 comentarios: