Pagaba al asesino por el trabajo realizado, puntualmente.
Siempre el mismo ritual, después de comprobar el resultado le citaba al caer la noche en algún lugar apartado y solitario.
En ese momento y sin mediar palabra alguna, un sobre, conteniendo un montón de billetes pequeños cambiaba de manos.
Últimamente se citaban poco, con la crisis los encargos habían menguado.
Un día recibió la llamada de un funcionario, algo relacionado con sus ingresos y el patrimonio declarado. No se correspondían con el alto nivel de vida que presumía.
Asustado, tuvo una idea, descolgó el teléfono y comenzó a marcar.
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