Nuestros nombres eran los meses del
año, al principio
pensé que era por nuestros caracteres, además coincidía, los más fríos se
llamaban enero y febrero, el más ardiente julio y mayo el más cariñoso, así con
todos, luego descubrí que el motivo era otro, asignaban los nombres según el
mes que ingresábamos en el hospicio.
Un día llamaron a la puerta. Un señor alto, delgado, con un enorme abrigo, un sombrero de copa y un carruaje tirado por caballos aguardando, preguntaba por junio, desconocía que ese era el nombre.
Su difunta mujer le había confesado que lo abandonó una noche de verano, pero el “junio” que buscaban había causado baja el invierno pasado. Una paliza mal curada por lo visto.
Le entregaron al junio de este año. No descubrieron el engaño.
muy bueno Alfredo, me ha gustado y divertido.
ResponderEliminarMuchas gracias por leerme y comentar
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