Dibujó un
ataúd pequeño y se metió dentro, pero se dejó el lapicero fuera. Alguien lo
encontró brillando en el suelo y comenzó a utilizarlo.
Primero dibujó
una flor y su aroma cubrió la atmósfera de primavera. Asombrado con el
resultado dibujó un árbol repleto de pájaros. Al instante empezó a llenarse de
frutos y a oírse los trinos.
Creyó que
podría dibujar un mundo mejor y fue a buscar a los fabricantes de odios y les
dibujó una bilis buena y a las armas de guerra un nudo en los extremos.
Cuando
hubo dibujado un montón, se paró a sacarle punta al lapicero y continuó
imaginando cosas.