sábado, 30 de agosto de 2025

CITA A CIEGAS

 

Pedí consejo. Lo había probado todo: aplicaciones de citas, visitas a clubs de jazz, encuentros en bares de moda, talleres de lectura, incluso sacar a pasear las mascotas de otros.

“Plantea tus intenciones en Google”, me dijeron. Un sinfín de respuestas invadió la pantalla. Entre Wikipedia, videos que nada tenían que ver con lo mío y tutoriales que no venían a cuento, me encontré superada.

Después de varios intentos, algo llamó mi curiosidad. Un aviso apareció en pantalla: “versión del sistema operativo no compatible, descargue la última versión”.

Llevo horas tratando de solucionar algo que no entiendo y mi falta de cariño sigue intacta. Ya no quiero más consejos.

Mañana viene un técnico a sofocar mis nervios.

¿Y si fuera él lo que ando buscando con tanto ahínco?

sábado, 23 de agosto de 2025

LOS MOCASINES DE CUERO

 



El Marqués de Casa Grande
aceptó la apuesta sin miedo
creía que se trataba de un charco,
calculó mal la distancia y el perímetro.
 
Podía haber utilizado una barca
o haber lanzado una cuerda
desde una orilla hasta el otro lado,
pero no hubiera ganado la apuesta.
 
Vestido como si viniera de fiesta,
con calzas de seda, jubón de terciopelo
la casaca con grandes solapas
y calzado con mocasines de cuero.
 
No obstante, el Marqués insistía:
“Esto lo hago yo de un salto”.
Dijo entre exultante y borracho,
y de impulso tomó solo tres pasos.
 
Según se acercaba la hora del salto
el Marqués empezó a caer en la cuenta
que saltaría seco y saldría mojado
yéndose al traste tanto el reto como la apuesta.
 
Las carpas y los barbos dejaban espacio
decían: “No irá a saltar ese insensato”.
La casaca salió a flote sin solapas
y solo un mocasín apareció flotando.
 
***

lunes, 18 de agosto de 2025

LA CASA DE DETRÁS DE LA IGLESIA ( RELATO CORTO)


 

Escogió una del manojo de llaves que llevaba sujeto con una cuerda a la cintura del desgastado pantalón de pana. Una de esas antiguas de hierro, con una sola muesca en uno de los extremos, apta para abrir las puertas y portones de cualquiera de las casas de la comarca. Con cierta dificultad y cuatro vueltas de llave más tarde, consiguió abrir la puerta. Reinaba el silencio en el zaguán de la casa que empezaba a estar en penumbra.

Vivía solo desde hace mucho tiempo, desde que se quedó viudo por culpa de un maldito tumor. En una vieja casa de enormes sillares, en la parte antigua del pueblo, cerca del ayuntamiento y a espaldas de la iglesia.

No le dio la vida opción de tener hijos con el único amor de su vida, hasta ese momento.

Era un buen mozo, trabajador, introvertido por las circunstancias y discreto. Decían de él que era amargado y huraño, nada más lejos de la realidad. Instruido y culto, le gustaba la lectura y la música. Su difunta mujer había sido profesora de piano y con ella aprendió lenguaje musical y a manejar el teclado.

Trabajaba en el campo. Al volver a casa finalizada la tarea y una vez aseado, le gustaba servirse un vino, en su copa preferida, de cristal de tallo alto. Seguidamente, ponía un disco de música clásica o de jazz, sus modalidades preferidas, cogía el libro que estuviera leyendo y se sentaba en el sillón orejero, dispuesto en el salón, no muy lejos de la chimenea y a un paso del piano de pared que presidía la estancia, hasta la hora de la cena.

Devoraba los libros, sobre todo los clásicos, de literatura inglesa y cuentos de escritores americanos sobre todo. Le gustaba acompañarse de música siempre que leía, le relajaba y se concentraba mejor. Era poseedor de una gran colección de discos de música.

Su vida era sencilla, de rutinas. Madrugaba mucho. Cuando las campanas de la iglesia daban las cinco, ya estaba saliendo de casa.

Iba andando hasta una nave que tenía a las afueras del pueblo, donde disponía de un pequeño tractor de segunda mano, y unos cuantos accesorios y herramientas, todo ello necesario para las labores del campo. También guardaba en la nave un pequeño utilitario.

Poseía unas pocas tierras, cuatro o cinco campos y un pequeño huerto.

Apenas se relacionaba con nadie, entre otras razones, porque tampoco había muchos paisanos y paisanas a esas horas tan tempranas, y como ya quedo dicho, tampoco salía mucho de casa, lo justo para comprar en la panadería, el supermercado o en la carnicería. Alguna vez visitaba la ferretería para solucionar alguna reparación de urgencia o la tienda de ropa, para comprar diversas prendas o alguna muda.

Solo cuando eran las fiestas patronales, se le podía ver alguna vez, paseando por las calles o tomando algún que otro vino en alguna peña, que por insistencia se veía obligado a aceptar.

La calle donde tenía la casa, era corta, apenas albergaba seis u ocho casas, la mitad de ellas estaban vacías gran parte del año, pues sus dueños vivían o trabajaban en la capital y solo aparecían en verano. En la otra mitad, en una de ellas vivía Atilia.

Atilia se había pasado gran parte de su vida cuidando de su madre enferma, hasta que el año pasado murió una fría tarde de sábado. Desde entonces Atilia consiguió un trabajo en un almacén de material de construcción, en un pueblo cercano. Lleva el control del almacén y las cuentas.

Alguna vez, pocas, coinciden en el súper comprando alguna cosa, o en el centro de salud, para pedir alguna receta o tratar algún resfriado incómodo.

Es ella la que siempre se percata de su presencia y le saluda, él va distraído, ocupado con los estantes, los precios o la lista de la compra.

Alguna vez ella le pide ayuda para reparar algo, limpiar algún filtro de la caldera, o pedirle la caja de herramientas, a veces aun no haciéndole falta. Él siempre se ofrece para ayudarla, sin más pretensiones.

En Navidad, han tomado juntos un café con algún dulce, por aquello de desearse lo mejor para el futuro o en algún cumpleaños de ella le ha invitado a pasar para presenciar como sopla las velas, piensa un deseo y de paso se toma un trozo de bizcocho.

Hoy ha llegado temprano a casa, escoge una llave del manojo que lleva sujeto a la cintura, como de costumbre siempre escoge la misma. Reina el silencio en el zaguán de la casa que empieza a estar en penumbra. Hoy no es un día como los demás, pero no lo sabe.

Llaman a la puerta. Es ella. En un movimiento repentino se abraza a su cuello. Le da dos besos, el primero asustadizo, frío, espontáneo, el segundo fue largo, cálido, eterno, consentido.


***

 

 

domingo, 10 de agosto de 2025

VIAJE A LO DESCONOCIDO


 

Pedí consejo a uno de los ancianos de la comunidad. Se rumoreaba que lo había intentado hasta en tres ocasiones. En una estuvo a punto de conseguirlo.

Empeño, perseverancia y suerte fueron su respuesta.

Llegó el día. Éramos muchos en el intento. Salimos entre caídas, zancadillas y empujones. Algo se agarró a mí con fuerza, pero no le di importancia. Entramos en un callejón a gran velocidad. Todo se volvió oscuro. Muchos se iban descolgando. Quedamos pocos. Continúe avanzando sin mirar atrás.

De repente todo era silencio. Supuse que había llegado. Me encontré flotando sobre un líquido salado. Descubrí con sorpresa que lo que había estado arrastrando era otro, que también lo había intentado.

Al cabo de bastante tiempo pude abrir los ojos y observé a través de una membrana, embadurnada de un fluido viscoso, a una señora tumbada en un sillón muy raro. Un señor, con bata, le decía sonriendo: “Enhorabuena, va a tener usted gemelos”

sábado, 2 de agosto de 2025

UN DRAMA ANUNCIADO


 

Leyó el último párrafo. Acto seguido, cerró el libro y pasó la mano suavemente por la contraportada. Un gesto de aprobación se dibujó en su cara.

Alcanzó la estantería donde se apreciaba el hueco dejado días atrás y colocó el libro de nuevo.

Para su próxima lectura eligió cambiar de registro, algo dramático, pensó. Con lentitud fue releyendo los lomos de cada uno de los libros que guardaba celosamente ordenados en la librería. Por fin encontró uno que llamó su atención, “Historia inacabada de un perdedor”, y comenzó a leer, pero como era de esperar, no pudo acabarlo.