lunes, 18 de agosto de 2025

LA CASA DE DETRÁS DE LA IGLESIA ( RELATO CORTO)


 

Escogió una del manojo de llaves que llevaba sujetas con una cuerda a la cintura del desgastado pantalón de pana. Una de esas antiguas de hierro, con una sola muesca en uno de los extremos, apta para abrir las puertas y portones de cualquiera de las casas de la comarca. Con cierta dificultad y cuatro vueltas de llave más tarde, consiguió abrir la puerta. Reinaba el silencio en el zaguán de la casa que empezaba a estar en penumbra.

Vivía solo desde hace mucho tiempo, desde que se quedó viudo por culpa de un maldito tumor. En una vieja casa de enormes sillares, en la parte antigua del pueblo, cerca del ayuntamiento y a espaldas de la iglesia.

No le dio la vida opción de tener hijos con el único amor de su vida, hasta ese momento.

Era un buen mozo, trabajador, introvertido por las circunstancias y discreto. Decían de él que era amargado y huraño, nada más lejos de la realidad. Instruido y culto, le gustaba la lectura y la música. Su difunta mujer había sido profesora de piano y con ella aprendió lenguaje musical y a manejar el teclado.

Trabajaba en el campo. Al volver a casa finalizada la tarea y una vez aseado, le gustaba servirse un vino, en su copa preferida, de cristal de tallo alto. Seguidamente, ponía un disco de música clásica o de jazz, sus modalidades preferidas, cogía el libro que estuviera leyendo y se sentaba en el sillón orejero, dispuesto en el salón, no muy lejos de la chimenea y a un paso del piano de pared que presidía la estancia, hasta la hora de la cena.

Devoraba los libros, sobre todo los clásicos, de literatura inglesa y cuentos de escritores americanos sobre todo. Le gustaba acompañarse de música siempre que leía, le relajaba y se concentraba mejor. Era poseedor de una gran colección de discos de música.

Su vida era sencilla, de rutinas. Madrugaba mucho. Cuando las campanas de la iglesia daban las cinco, ya estaba saliendo de casa.

Iba andando hasta una nave que tenía a las afueras del pueblo, donde disponía de un pequeño tractor de segunda mano, y unos cuantos accesorios y herramientas, todo ello necesario para las labores del campo. También guardaba en la nave un pequeño utilitario.

Poseía unas pocas tierras, cuatro o cinco campos y un pequeño huerto.

Apenas se relacionaba con nadie, entre otras razones, porque tampoco había muchos paisanos y paisanas a esas horas tan tempranas, y como ya quedo dicho, tampoco salía mucho de casa, lo justo para comprar en la panadería, el supermercado o en la carnecería. Alguna vez visitaba la ferretería para solucionar alguna reparación de urgencia o la tienda de ropa, para comprar diversas prendas o alguna muda.

Solo cuando eran las fiestas patronales, se le podía ver alguna vez, paseando por las calles o tomando algún que otro vino en alguna peña, que por insistencia se veía obligado a aceptar.

La calle donde tenía la casa, era corta, apenas albergaba seis u ocho casas, la mitad de ellas estaban vacías gran parte del año, pues sus dueños vivían o trabajaban en la capital y solo aparecían en verano. En la otra mitad, en una de ellas vivía Atilia.

Atilia se había pasado gran parte de su vida cuidando de su madre enferma, hasta que el año pasado murió una fría tarde de sábado. Desde entonces Atilia consiguió un trabajo en un almacén de material de construcción, en un pueblo cercano. Lleva el control del almacén y las cuentas.

Alguna vez, pocas, coinciden en el súper comprando alguna cosa, o en el centro de salud, para pedir alguna receta o tratar algún resfriado incómodo.

Es ella la que siempre se percata de su presencia y le saluda, él va distraído, ocupado con los estantes, los precios o la lista de la compra.

Alguna vez ella le pide ayuda para reparar algo, limpiar algún filtro de la caldera, o pedirle la caja de herramientas, a veces aun no haciéndole falta. Él siempre se ofrece para ayudarla, sin más pretensiones.

En Navidad, han tomado juntos un café con algún dulce, por aquello de desearse lo mejor para el futuro o en algún cumpleaños de ella le ha invitado a pasar para presenciar como sopla las velas, piensa un deseo y de paso se toma un trozo de bizcocho.

Hoy ha llegado temprano a casa, escoge una llave del manojo que lleva sujeto a la cintura, como de costumbre siempre escoge la misma. Reina el silencio en el zaguán de la casa que empieza a estar en penumbra. Hoy no es un día como los demás, pero no lo sabe.

Llaman a la puerta. Es ella. En un movimiento repentino se abraza a su cuello. Le da dos besos, el primero asustadizo, frío, espontáneo, el segundo fue largo, cálido, eterno, consentido.


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