Una soleada mañana de invierno, un hombre enfurecido, daba gritos en medio de la acera, parecía poseído por el demonio, aunque no lo estuviera, agitaba los brazos y las manos sin criterio alguno, y siempre mirando al suelo. En un momento dado hasta se agarró del cuello con las dos manos dejándose unas marcas y algún arañazo, acto seguido la emprendió a manotazos con el aire como si estuviera dispersando un enjambre de abejas que se hubieran desviado de su camino con el único objetivo de atacarle, cuando se cansó de manosear el entorno se dedicó a dar taconazos y pisotones al suelo como si se le hubiera pegado el envoltorio de un caramelo en el zapato y tratara de quitárselo de encima a cualquier precio.
Cuando se hubo calmado un poco, le vieron dando explicaciones a nadie, porque estaba solo, y le escucharon que decía:
“Estoy harto de que
te escondas, cuando me pongo de perfil no te veo, y depende de la hora de día,
menguas tu figura o te estiras demasiado. Ya tuve hace tiempo otra pelea
parecía, con las huellas de mis zapatos, y acabamos entendiéndonos siempre que respetaran mis
normas y desde entonces se acabaron las peleas, por eso te propongo que
lleguemos a un acuerdo parecido, permitiré que me acompañes, que vengas conmigo
los días soleados, siempre que te sitúes detrás, que no me adelantes, que vaya yo primero”.
Gracias Alfredo, me gustó. Mangas
ResponderEliminarGracias por leerme y comentar
EliminarGracias Alfredo, me gustó. Mangas
ResponderEliminarGracias por leerme y comentar
Eliminar