“Se llama Juan, como papá” le dijo la niña a su madre, mientras
observaban desde el porche los sembrados.
“A tu padre no le gusta que le interrumpan la hora de la
siesta” dijo la madre.
Allí se encontraba él, entre los maizales y el centeno, intentando
colgar algo parecido a un fardo, atándole la espalda a un palo y los brazos a
otro, el traje de pingüino puesto y el sombrero de copa tapándole las cejas.
En el camino, un coche mal aparcado, con el motor aún
caliente, sujetaba un cartel que decía: “El cobrador de morosos, deudas e
impagos”.
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