Tan a la
moda le vestían, que a veces iba hecho un adefesio, colores chillones
combinados con otros blandos, plumas por todos los lados, gorras de plato o
complementos sin sentido.
Tan pronto
lucía palmito en primera línea de calle como reclamo o le metían para adentro
en cualquier rincón, de relleno.
En verano
se constipaba con frecuencia, menuda potencia, los aires acondicionados, en
cambio, en invierno, con los abrigos tan largos y los jerséis de cuello alto
que lucía y la calefacción que echaba chispas, sudaba hasta ponerse malo.
Pero lo
que peor llevaba eran las modas estacionales o los cambios de tendencia, tan
pronto se encontraba desnudo, como aparecía con calentadores, bufandas, trasparencias
o vaporosas gasas.
Un día oyó
que le iban a cambiar de puesto, no daba crédito, se puso contento, pero se
encontró sin darse cuenta, abandonado en un cuarto, rodeado de ropa rebajada y
de otros trastos.
Al poco
tiempo, dicen que le vieron expuesto en uno de esos comercios de todo a cien,
esos donde venden gatos dorados que mueven la patita todo el rato.
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