Se puso el parche, esta vez sobre el ojo derecho, se anudó un pañuelo en
el cuello, los extremos del blusón los escondió dentro de los pantalones
pesqueros, se colocó el enorme sombrero, un tanto ladeado, sobre la cabeza sin
pelo, y se calzó las botas, dadas de sí, en miles de batallas y reyertas, en todas
ellas salió victorioso, y con el brazo extendido, comenzó a soltar órdenes, proclamas
y juramentos, en esto que, observó a su grumete dirigirse a él, en un
tono que le pareció conciliador y pacífico: “Abuelo, por favor, vuelve
a la cama, estás descalzo y el suelo está frío”.
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