miércoles, 24 de septiembre de 2025

LA MUDANZA (Microrrelatos hasta 100 palabras)


 CONCURSO RELATOS EN CADENA

No los puedo dejar tirados, crecieron conmigo, los abrazo. Los muebles viejos están en el pasillo esperando su turno y los libros amontonados en hatillos, de mala manera. Una cesta de mimbre repleta de DVD y vinilos dan un toque Cool al momento. Será lo siguiente en abandonar la casa.

Al fondo, una canción de Elvis trae recuerdos a mi cabeza. En la televisión, proyectan una película de amor, trata de alguien que susurra a los caballos para calmarles.

El transportista comienza a ponerme nervioso. Sigo abrazado a mi colección de cómics y tebeos, no los pierdo de vista, esos se vienen conmigo.


lunes, 15 de septiembre de 2025

DE PELÍCULA (Microrrelatos hasta 100 palabras)


 CONCURSO RELATOS EN CADENA

En aquella buhardilla nunca nos faltaron la cerveza ni Bukowski. La buhardilla ya no existe. Por los suelos se amontonan cientos de cuentos y relatos inacabados y en el frigorífico unas botellas de agua con gas.

El libro que dejamos a medias sigue abierto en la misma página. Conserva las frases subrayadas y un corazón sangrando dibujado.

Tumbado en el diván, con el vaso vacío, haciendo equilibrio entre los dedos y con la mirada perdida, oigo a una pareja despedirse entre las brumas de la noche. Ella, acaramelada, le dice como consuelo:

“Siempre nos quedará París”.

A nosotros, en cambio, el amor hizo todo el daño que podía haber hecho.

martes, 9 de septiembre de 2025

EL REPARTO

 


V EDICIÓN Premio Pablo Aranda Microrrelatos

El abuelo yace en la habitación contigua. En silencio van entrando de uno en uno en la cocina, las tres hijas, herederas directas, con sus maridos y la viuda de su único hijo. Ellos visten traje negro, ellas riguroso luto.

“Aprovechamos que hoy estamos todos…” comienza diciendo uno de los cuñados.

Tienen prisa por repartirse la herencia del abuelo: unas tierras, un par de pisos, uno de ellos pequeño, unas acciones a la baja y dinero en la cartilla.

Los allegados, los que no son de la familia, vienen con las ideas claras, afilados los colmillos y codicia en los ojos.

Empiezan a marear a las pobres mujeres con palabras raras: tasaciones, cuentas de la vieja y valores de mercado.

Dos de las herederas salen perjudicadas, pero ellas no lo saben; con el tiempo dejaran de hablarse con el resto.

Una vez se hubo firmado el reparto, los hombres se sirvieron un vaso de vino, ellas, en cambio, permanecieron entre penas y sollozos.

Atado a la cancela, el perro del difunto no sabe que tiene los días contados.

miércoles, 3 de septiembre de 2025

EL SUSURRO


 

Concurso Microrrelatos V Premio Pablo Aranda DIARIO SUR

El abuelo dormitaba, sentado a la puerta de la vivienda. Su nieto, a unos pasos, juega a la pelota; una anarquía de puntapiés sin ton ni son no evita que la pelota rebote en las paredes de la casa.

“Abuelo, quieres jugar a la pelota”, le suelta de sopetón.

Al abuelo no le queda más remedio, su padre no jugó con él y eso no lo ha olvidado. Se levanta con torpeza, ayudado de su garrota. El niño le acerca la pelota con el pie. Al abuelo le pasa la pelota por entre las piernas y la garrota, así una vez tras otra.

Pasado un rato, la madre llama al niño. Es la hora de la merienda.

El nieto coge la pelota y con ella bajo el brazo, ayuda a su abuelo a sentarse de nuevo, mientras le susurra al oído:

“Abuelo, cuando acabe de merendar, jugamos otro ratito”.

sábado, 30 de agosto de 2025

CITA A CIEGAS

 

Pedí consejo. Lo había probado todo: aplicaciones de citas, visitas a clubs de jazz, encuentros en bares de moda, talleres de lectura, incluso sacar a pasear las mascotas de otros.

“Plantea tus intenciones en Google”, me dijeron. Un sinfín de respuestas invadió la pantalla. Entre Wikipedia, videos que nada tenían que ver con lo mío y tutoriales que no venían a cuento, me encontré superada.

Después de varios intentos, algo llamó mi curiosidad. Un aviso apareció en pantalla: “versión del sistema operativo no compatible, descargue la última versión”.

Llevo horas tratando de solucionar algo que no entiendo y mi falta de cariño sigue intacta. Ya no quiero más consejos.

Mañana viene un técnico a sofocar mis nervios.

¿Y si fuera él lo que ando buscando con tanto ahínco?

sábado, 23 de agosto de 2025

LOS MOCASINES DE CUERO

 



El Marqués de Casa Grande
aceptó la apuesta sin miedo
creía que se trataba de un charco,
calculó mal la distancia y el perímetro.
 
Podía haber utilizado una barca
o haber lanzado una cuerda
desde una orilla hasta el otro lado,
pero no hubiera ganado la apuesta.
 
Vestido como si viniera de fiesta,
con calzas de seda, jubón de terciopelo
la casaca con grandes solapas
y calzado con mocasines de cuero.
 
No obstante, el Marqués insistía:
“Esto lo hago yo de un salto”.
Dijo entre exultante y borracho,
y de impulso tomó solo tres pasos.
 
Según se acercaba la hora del salto
el Marqués empezó a caer en la cuenta
que saltaría seco y saldría mojado
yéndose al traste tanto el reto como la apuesta.
 
Las carpas y los barbos dejaban espacio
decían: “No irá a saltar ese insensato”.
La casaca salió a flote sin solapas
y solo un mocasín apareció flotando.
 
***

lunes, 18 de agosto de 2025

LA CASA DE DETRÁS DE LA IGLESIA ( RELATO CORTO)


 

Escogió una del manojo de llaves que llevaba sujeto con una cuerda a la cintura del desgastado pantalón de pana. Una de esas antiguas de hierro, con una sola muesca en uno de los extremos, apta para abrir las puertas y portones de cualquiera de las casas de la comarca. Con cierta dificultad y cuatro vueltas de llave más tarde, consiguió abrir la puerta. Reinaba el silencio en el zaguán de la casa que empezaba a estar en penumbra.

Vivía solo desde hace mucho tiempo, desde que se quedó viudo por culpa de un maldito tumor. En una vieja casa de enormes sillares, en la parte antigua del pueblo, cerca del ayuntamiento y a espaldas de la iglesia.

No le dio la vida opción de tener hijos con el único amor de su vida, hasta ese momento.

Era un buen mozo, trabajador, introvertido por las circunstancias y discreto. Decían de él que era amargado y huraño, nada más lejos de la realidad. Instruido y culto, le gustaba la lectura y la música. Su difunta mujer había sido profesora de piano y con ella aprendió lenguaje musical y a manejar el teclado.

Trabajaba en el campo. Al volver a casa finalizada la tarea y una vez aseado, le gustaba servirse un vino, en su copa preferida, de cristal de tallo alto. Seguidamente, ponía un disco de música clásica o de jazz, sus modalidades preferidas, cogía el libro que estuviera leyendo y se sentaba en el sillón orejero, dispuesto en el salón, no muy lejos de la chimenea y a un paso del piano de pared que presidía la estancia, hasta la hora de la cena.

Devoraba los libros, sobre todo los clásicos, de literatura inglesa y cuentos de escritores americanos sobre todo. Le gustaba acompañarse de música siempre que leía, le relajaba y se concentraba mejor. Era poseedor de una gran colección de discos de música.

Su vida era sencilla, de rutinas. Madrugaba mucho. Cuando las campanas de la iglesia daban las cinco, ya estaba saliendo de casa.

Iba andando hasta una nave que tenía a las afueras del pueblo, donde disponía de un pequeño tractor de segunda mano, y unos cuantos accesorios y herramientas, todo ello necesario para las labores del campo. También guardaba en la nave un pequeño utilitario.

Poseía unas pocas tierras, cuatro o cinco campos y un pequeño huerto.

Apenas se relacionaba con nadie, entre otras razones, porque tampoco había muchos paisanos y paisanas a esas horas tan tempranas, y como ya quedo dicho, tampoco salía mucho de casa, lo justo para comprar en la panadería, el supermercado o en la carnicería. Alguna vez visitaba la ferretería para solucionar alguna reparación de urgencia o la tienda de ropa, para comprar diversas prendas o alguna muda.

Solo cuando eran las fiestas patronales, se le podía ver alguna vez, paseando por las calles o tomando algún que otro vino en alguna peña, que por insistencia se veía obligado a aceptar.

La calle donde tenía la casa, era corta, apenas albergaba seis u ocho casas, la mitad de ellas estaban vacías gran parte del año, pues sus dueños vivían o trabajaban en la capital y solo aparecían en verano. En la otra mitad, en una de ellas vivía Atilia.

Atilia se había pasado gran parte de su vida cuidando de su madre enferma, hasta que el año pasado murió una fría tarde de sábado. Desde entonces Atilia consiguió un trabajo en un almacén de material de construcción, en un pueblo cercano. Lleva el control del almacén y las cuentas.

Alguna vez, pocas, coinciden en el súper comprando alguna cosa, o en el centro de salud, para pedir alguna receta o tratar algún resfriado incómodo.

Es ella la que siempre se percata de su presencia y le saluda, él va distraído, ocupado con los estantes, los precios o la lista de la compra.

Alguna vez ella le pide ayuda para reparar algo, limpiar algún filtro de la caldera, o pedirle la caja de herramientas, a veces aun no haciéndole falta. Él siempre se ofrece para ayudarla, sin más pretensiones.

En Navidad, han tomado juntos un café con algún dulce, por aquello de desearse lo mejor para el futuro o en algún cumpleaños de ella le ha invitado a pasar para presenciar como sopla las velas, piensa un deseo y de paso se toma un trozo de bizcocho.

Hoy ha llegado temprano a casa, escoge una llave del manojo que lleva sujeto a la cintura, como de costumbre siempre escoge la misma. Reina el silencio en el zaguán de la casa que empieza a estar en penumbra. Hoy no es un día como los demás, pero no lo sabe.

Llaman a la puerta. Es ella. En un movimiento repentino se abraza a su cuello. Le da dos besos, el primero asustadizo, frío, espontáneo, el segundo fue largo, cálido, eterno, consentido.


***

 

 

domingo, 10 de agosto de 2025

VIAJE A LO DESCONOCIDO


 

Pedí consejo a uno de los ancianos de la comunidad. Se rumoreaba que lo había intentado hasta en tres ocasiones. En una estuvo a punto de conseguirlo.

Empeño, perseverancia y suerte fueron su respuesta.

Llegó el día. Éramos muchos en el intento. Salimos entre caídas, zancadillas y empujones. Algo se agarró a mí con fuerza, pero no le di importancia. Entramos en un callejón a gran velocidad. Todo se volvió oscuro. Muchos se iban descolgando. Quedamos pocos. Continúe avanzando sin mirar atrás.

De repente todo era silencio. Supuse que había llegado. Me encontré flotando sobre un líquido salado. Descubrí con sorpresa que lo que había estado arrastrando era otro, que también lo había intentado.

Al cabo de bastante tiempo pude abrir los ojos y observé a través de una membrana, embadurnada de un fluido viscoso, a una señora tumbada en un sillón muy raro. Un señor, con bata, le decía sonriendo: “Enhorabuena, va a tener usted gemelos”

sábado, 2 de agosto de 2025

UN DRAMA ANUNCIADO


 

Leyó el último párrafo. Acto seguido, cerró el libro y pasó la mano suavemente por la contraportada. Un gesto de aprobación se dibujó en su cara.

Alcanzó la estantería donde se apreciaba el hueco dejado días atrás y colocó el libro de nuevo.

Para su próxima lectura eligió cambiar de registro, algo dramático, pensó. Con lentitud fue releyendo los lomos de cada uno de los libros que guardaba celosamente ordenados en la librería. Por fin encontró uno que llamó su atención, “Historia inacabada de un perdedor”, y comenzó a leer, pero como era de esperar, no pudo acabarlo.

sábado, 12 de julio de 2025

EL BALDE DE LA COLADA


 II EDICIÓN ESPAÑA CREATIVA 5 NOCHES 5 VILLAS

MODALIDAD RELATO


Ahí estaba ella, en silencio, sujetando con su mano derecha uno de los sillares de piedra, de la casa que hace esquina, en la cuesta que llega a la fuente de los cinco caños, mientras la otra mano la tiene en jarras, sobre la maltrecha cadera, esa que tantas molestias le está causando. El balde de la colada sobre la cabeza, una cabeza de pelo cano recogido en un atractivo y ordenado moño; tan tirante está que sus sienes estiradas, quizá sean la única parte de su desgastado cuerpo donde no se aprecia arruga alguna. Allí estaba ella, haciendo un descanso, mientras observa todo cuanto acontecía a dos palmos de su mirada.

Así la recuerda Atilios, bien plantada, a medio camino entre las innumerables tareas que ha dejado en casa por hacer y el esfuerzo que realizará segundos más tarde, cuando apoye sus doloridas rodillas en el lugar de costumbre, donde dejará la taja, en la orilla del río. Allí se gastarán las uñas de las manos, restregando la ropa que lleva en el balde, con el jabón casero, que fabrica ella misma, a base de sosa y aceite basto, reutilizado tantas veces en la cocina que ya ha perdido la cuenta. Frotará sin descanso una y otra vez, ayudándose de una piedra, contra la tabla de lavar. Los faldones largos darán cuenta de ello, así como las ennegrecidas blusas o las enormes sabanas de algodón blanco, de un blanco desgastado por el uso y el tiempo, las que un día formaron parte del ajuar entregado por su madre, la bisabuela de Atilios, cuando salió de casa para contraer santo matrimonio, y de esto hace ya unos cuantos años.

Ahí estaba con una sonrisa dibujada en la cara, a pesar del sufrimiento tatuado a fuego lento en sus adentros. Por fuera, tan solo las grandes arrugas que adornan su cara, la delatan. Vestía su uniforme de trabajo, compuesto por una combinación de raso y un vestido de una pieza, incluyendo un delantal raído y viejo que servía para todo. Pronto descubriría Atilios las innumerables utilidades de esa prenda. Evitaba manchar el vestido, eso, sobre todo. También lo utilizaba la abuela para retirar las sartenes del fuego. Asimismo, servía para transportar los huevos recién puestos del corral a la fresquera de la cocina, poniéndolos con cuidado en el delantal a modo de bolsa y apoyados contra su regazo. Incluso alguna vez lo utilizó como pañuelo, sonándose la nariz con él.

Sus piernas parecían dos palillos, arqueadas de tantos pasos recorridos y cubiertas de varices, fruto de años y años de trabajar sin descanso, siempre cubiertas por tupidas medias negras.

 La abuela fue la protagonista principal de unos cuantos partos y algún que otro aborto que la providencia no consideró oportuno que llegaran a buen término.

Pero vayamos por el principio. Los recuerdos de Atilios sobre su abuela comienzan un verano, no recuerda muy bien el año, aunque estaba seguro de que ya no se decía de carrerilla aquella coletilla de “no sé cuántos años de la victoria”.

Era un día de junio, hacia finales, de eso estaba seguro, acababan de dar comienzo las vacaciones. Sus padres decidieron que pasase una temporada en el pueblo con los abuelos.

Atilios era un crío callado, observador, espigado, enclenque y algo parado. Con pecas en la cara, muchas. Quizás fuera por eso o porque era el único nieto hasta ese momento, la abuela le acogió con los brazos abiertos.

No conocía a nadie, por lo que pasaba gran parte del día encerrado en casa con la abuela. Ella, con ese afán de que se distrajera y le diera el aire, le enviaba hacer pequeños recados por el pueblo, lo mismo le pedía que se acercara al corral y le trajera unos troncos de leña para el fuego que le mandaba a la tienda de ultramarinos de Doña Marcela, en esta tienda había de todo, lo mismo encontrabas galletas que unas botas de agua. A esta tienda le enviaba a comprar sal, ajos, cebollas y cosas por el estilo, de poca monta.

La abuela siempre le soltaba la misma cantinela:

- Atilios, acércate a la tienda y dile a la señora Marcela que te dé unas cabezas de ajo y un saquito de sal, y que lo apunte en la cuenta.

 También le enviaba a comprar a la mercería de la señora Cándida, hilos, agujas, cintas de raso o cordones para las alpargatas o algún botón para prenderlo en las camisas del abuelo.

Y le decía lo mismo:

- Atilios, acércate a la tienda y dile a doña Cándida que te de un carrete de hilo de color blanco y que lo apunte en la cuenta.

Un día, volviendo de comprar precisamente un carrete de hilo de color blanco, vio cómo la abuela lo metía en un costurero, desgastado y viejo, que tenía guardado en un cajón de la cómoda en su dormitorio. El costurero estaba repleto de carretes de hilos del mismo color. Entonces entendió que la abuela le hacía comprar cosas que no necesitaba solamente para que se distrajera y para obligarle a salir de casa.

Otras veces le mandaba dar aviso a Don Ramón, el practicante, cuando el abuelo tenía fiebre. Don Ramón hacía visitas domiciliarias. Se acercaba a casa a ponerle las inyecciones al abuelo, pero eso ocurría pocas veces. Le gustaba observar cómo realizaba su trabajo. Era un señor muy serio; siempre vestía de traje. Le recuerda con unas gafas de montura marrón y de cristales pequeños y redondos. Casi no le cubrían los ojos.

Nada más llegar, ponía el maletín sobre el hule de la mesa de la cocina, sacaba un pequeño trípode con una mecha y colocaba encima un cacito, lo llenaba de alcohol y encendía la mecha. Introducía las agujas para desinfectarlas, luego insertaba una de ellas en la jeringuilla, y, llegado a ese momento, le hacían abandonar la estancia. Se imagina que era para preservar la intimidad del abuelo. Mientras tanto, la abuela preparaba café de puchero, para ofrecérselo a la visita. El café olía muy bien, pero resultaba amargo. Ahí es cuando aprendió Atilios una nueva palabra que tardó bastante tiempo en comprender, sucedáneo era esa palabra. El abuelo siempre repetía que, como era difícil conseguir café, la achicoria era un socorrido sucedáneo. Siempre comentaban entre ellos algo acerca de los recuerdos que tenían cuando podían saborear buen café y el aroma tan rico que desprendían. Nunca faltaba un plato con dos o tres magdalenas encima de la mesa cuando tomaban el café.

Llegado el momento, la abuela le decía a don Ramón:

-Coja una magdalena don Ramón, coma que mañana no sabemos por dónde saldrá.

-El bueno de don Ramón se comía la magdalena y se guardaba otra el bolsillo de la chaqueta, para luego. La abuela hacía como que no lo había visto y acto seguido le acompañaba hasta la puerta.

Todas las cantidades que la abuela tenía apuntadas por doña Marcela, doña Cándida, don Ramón o el resto de tiendas tardaban poco tiempo en ser borradas a pesar de ser tiempos duros.

Llevaba Atilios tres semanas en el pueblo, cuando una mañana la abuela iba a preparar la comida, entonces ocurrió algo que le cambiaría la vida. Resulta que la abuela cocinaba muy bien a pesar de la escasez. Ese día llamo a Atilios y le pidió que le ayudara en la cocina.

A partir de ese momento, la parte del día que más le gustaba a Atilios era el mediodía, justo cuando la abuela entraba a la cocina a preparar la comida.

Atilios se sentaba en una banqueta de madera, de solo tres patas, como las que utilizaban los vaqueros para ordeñar las vacas, mientras la abuela lavaba las legumbres, las hortalizas o las patatas. Siempre le daba algún quehacer, pelar una patata, echar un poco de sal, probar si estaba sosa alguna cosa, fregar cacharros. También le gustaba meter los garbanzos o las lentejas en el puchero o encender los mixtos para hacer fuego y esperar hasta que empezara a hacer chup-chup el puchero.

La abuela le explicaba todo lo que iba haciendo, aunque Atilios se enteraba de la mitad. Le iba indicando paso a paso de las cantidades que necesitaba tal o cual guiso. Entretanto le contaba interminables historias relacionadas con el pueblo y con su gente y de cosas que habían pasado y que pasaban todavía. Atilios desconocía si esas historias eran ciertas o inventadas por la abuela, pero le gustaba oír cómo las contaba la abuela.

Una de esas historias, ocurrida en los primeros días de la guerra, contaba cómo detuvieron a un amigo del abuelo, que no había cometido ningún delito, por cierto. Le hicieron cantar una de esas canciones que cantaban las tropas, las mismas que, pasados unos años, ganarían la contienda, pero el amigo del abuelo no quiso cantarla o no sé la sabía. El caso es que permaneció detenido en el cuartelillo un tiempo, hasta que se lo llevaron. La abuela le contó que el abuelo y ella se personaron ante la autoridad a interceder por el amigo detenido. La autoridad les contestó, riéndose socarronamente, que, si querían verlo en la calle, alguno de los dos tenía que ocupar su lugar. El abuelo nunca volvió a ver a su amigo.

Una vez por semana, Atilios acompañaba a la abuela al horno y se traían varias hogazas de pan, al llegar a casa, la guardaban solemnemente en unas tinajas, una pieza de madera del tamaño de la boca de la tina hacía las veces de tapa, y cuando se necesitaba se introducía la mano en la tina y se sacaba la hogaza. Nunca estaba duro el pan, algo revenido sí, pero blando. Estas tinajas se guardaban en un cuarto pequeño al lado de la cocina. También se guardaba en estos cuartos, colgado de unos ganchos en el techo, parte de la matanza de ese año, chorizos, morcillas, lomos y otras partes del tocino. También bacalao salado, carne seca, tortas, mantecados, aceite y cosas embotadas como pimientos rojos, tomates, hasta mermeladas de albaricoques, melocotones y ciruelas, que aguantaban mucho tiempo antes de necesitarse para su consumo.

El abuelo no se ocupaba de casi nada, solo gruñía o permanecía callado mientras encendía el fuego para calentar la casa.

En casa había dos turnos de comida. El abuelo siempre comía en el primero de ellos. A las dos en punto, hora sagrada y de obligado cumplimiento para esos menesteres, si no estaba la comida puesta a esa hora, el abuelo se enfadaba. Comía solo, en una mesa aparte. El resto comía en la misma estancia, pero en otra mesa y siempre después de haber recogido el servicio del abuelo. Al poco de acabar, se levantaba y en lugar de echarse la siesta, se iba a la cantina, a echar la partida, a tomarse un café, fumar un cigarrillo de liar o a hablar de cosas sin importancia.

La abuela, cuando se dirigía al abuelo, siempre le trataba de usted. Atilios no entendía la razón de ser de ese trato tan solemne siendo ellos marido y mujer, en cambio, él tuteaba a los dos.

La abuela no descansaba nunca. Se levantaba muy temprano para realizar las tareas. A menudo Atilios había pensado que ella se levantaba antes de que cantaran los gallos, pero eso nunca lo pudo comprobar. Daba de comer a las gallinas y los conejos, recogía los huevos, limpiaba las jaulas, preparaba el desayuno, recogía la casa, ordenaba la ropa, cosía y remendaba las distintas prendas de vestir mientras que el abuelo seguía durmiendo. Seguramente tendría otros cometidos, pero Atilios los desconocía.

En casa no se vivía con estrecheces, pero la abuela siempre trataba de mejorar las cosas ganándose unas perras extras haciendo cualquier cosa de provecho, cosiendo y zurciendo prendas de ropa para otros vecinos o vendiendo los huevos que sobraran incluso alguna vez cocinó bizcochos y alguna tarta por encargo.

La abuela cocinaba muy bien, tanto los guisos como los asados y los postres. En época de fiestas, en el mes de septiembre, había costumbre de ir a los hornos de leña del pueblo, a las tahonas, a elaborar tortas de anís, magdalenas y mantecados. Hacían cantidad de sobra, lo suficiente para pasar las fiestas y para guardar para el resto del año.

Una vez por semana, la abuela preparaba unas natillas deliciosas con sus nubes de clara de huevo, espolvoreadas de canela y con sus galletas María haciendo de copete.

Un día, a la abuela se le fue la mano haciendo natillas y observó cómo se las ofrecía a la vecina, a cambio de unas perras gordas. Dos platos soperos, repletos hasta el borde, se intercambiaron. La abuela sabia sacar partido a todo cuanto hacía.

“Qué gran mujer era la abuela” -pensaba Atilios a menudo.

Le contó una vez la abuela, que en momentos duros de posguerra había hecho estraperlo, es decir comerciaba con cosas que escaseaban o eran difíciles de conseguir, no era muy legal que se dijera, pero la necesidad obligaba, era productos básicos como el aceite, el chocolate, el hilo de coser y otros muchos.

Una vez, contó, que volvía de la capital en el coche de línea con una serie de productos muy demandados y escasos; y, antes de llegar al pueblo, para evitar que se los requisara la autoridad, había acordado previamente con una vecina que la esperase a la entrada del pueblo, la abuela entonces, arrojó el hatillo con las cosas que traía, por la ventana del autobús. La vecina recogió el hatillo sin merma alguna y ya en casa fueron acondicionados para su intercambio.

La casa de los abuelos era humilde, pero era grande. Tenía varias habitaciones, algo destartaladas y en algunas paredes se podía apreciar el desgaste y la falta de conservación en algunas paredes y algún que otro techo, pero era acogedora y agradable. Había un rincón en una de las estancias, muy alegre y bien iluminado, donde la abuela había situado una mesa camilla, con grandes faldones que cubrían un pequeño brasero de carbón. Del techo colgaba un cable basto que sujetaba una bombilla con un filamento muy gordo. Al encender el interruptor, la bombilla desprendía unos haces de luz amarillentos, justo en medio de la mesa camilla. Ahí se sentaba la abuela algunas tardes, con su costurero, repleto de bobinas de hilo blanco, las que le hacía comprar para mantenerle distraído.

 La abuela remendaba las medias de las mujeres. Era muy común que las medias, al engancharse con cualquier arista, sufrieran carreras, entonces la abuela, con cuidado, habilidad y buena vista, procedía a devolverlas a su estado inicial, ayudada por una buena aguja. Y cómo las medias, por aquel entonces, costaban sus buenas perras, pues muchas mujeres preferían acudir a la abuela, que además dejaba las medias como nuevas. También zurcía calcetines ayudado por un huevo de madera y también cogía los bajos a los pantalones o a las faldas les cogía el dobladillo. Lo dicho, la abuela era muy emprendedora y sabía sacarle provecho a su tiempo.

Cuando se acabó el verano, Atilios tuvo que volver con sus padres. Pronto empezaría el nuevo curso y tenía que estar preparado, además sus padres le echaban de menos. Le daba mucha pena tener que dejar el pueblo. Se lo había pasado en grande. La abuela le había enseñado muchas cosas, a hacer encargos, a comprar cosas repetidas, a llenar los pucheros de cosas ricas, a untar con alcohol el algodón y las gasas de don Ramón y además le había contado tantas historias y todas tan interesantes que todavía hoy recuerda la mayoría de ellas.

Al llegar a la capital, Atilios escribía cartas casi todas las semanas a los abuelos. Les pedía que le guardaran los sellos que iban pegados en los sobres, pues en aquella época había empezado a coleccionarlos. Los abuelos lo llamaban estampas, y eso le hacía gracia.

Pasados unos años, Atilios recibió un paquete que le enviaba la abuela. El paquete contenía unos tebeos, un poco viejos y arrugados, de hazañas bélicas, el Jabato y el Capitán Trueno, de Roberto, Alcázar y Pedrín, junto con una nota mal escrita, con garabatos a modo de letras y con trazos muy grandes, apenas ininteligibles, escritos por la abuela. Después de muchos intentos, al fin pudo entender lo que decía la nota. Atilios descubrió aquel día que la abuela casi no sabía escribir. Eso fueron consecuencias de la maldita guerra que hubo hace algunos años, supuso Atilios.

Resulta que la abuela, como no podía estarse quieta, adquirió unos cuantos tebeos, viejos también, con unos ahorros, y había puesto un pequeño negocio de intercambio, es decir, prestaba los tebeos a la chiquillería del pueblo, a cambio de unos reales y unas perras gordas. Por lo visto, era un negocio en auge, aunque a pequeña escala. Y estos ejemplares que le había hecho llegar después de tantos años, estaban ya muy vistos en el pueblo, y apenas les daba salida y pensó que a Atilios le gustaría tenerlos.

Siempre pensó que si su abuela hubiera nacido unos cuantos años más tarde habría tenido una vida muy diferente, ni mejor ni peor, pero si muy diferente a la que había tenido.

Un día que Atilios estaba en casa con su madre, sonó repentinamente el teléfono. Llamaban del pueblo, era el abuelo. La abuela había fallecido.

Atilios lloró amargamente. Su abuelo también lloró amargamente. Únicamente había estado tan afectado en otra ocasión. Cuando murió su padre.

Han pasado muchos años y Atilios sigue recordando cada día a su abuela. Es dueño de un afamado restaurante y todo el mundo le llama Chef.

Por cierto, la abuela de Atilios se llamaba Vicenta.

domingo, 6 de julio de 2025

MEJOR TARDE QUE NUNCA (Microrrelato hasta 100 palabras)


 CONCURSO RELATOS EN CADENA


Por primera vez, lo ama. Ella prefirió que fuera el tiempo el encargado de aflorar ese sentimiento en lugar del típico flechazo; en cambio, a él no le quedó más remedio que conformarse. Espero mucho tiempo, demasiado.

Una fina película de polvo se extiende sobre la falsa chimenea de leña que preside la estancia. En la repisa, un marco de bronce envejecido recoge una fotografía de ambos justo el día que tenía pensado declararle su amor.

Ella coge el marco con delicadeza y mira la imagen con detenimiento, entretanto, él la observa, en silencio, desde el otro lado.


lunes, 30 de junio de 2025

LOS HIJOS SIEMPRE LLEVAN LA CONTRARIA (Microrrelato hasta 100 palabras)


 CONCURSO RELATOS EN CADENA

El hombre lobo más orgulloso de la provincia era además un miembro destacado de la comunidad.

Respetable y respetado, cada domingo cumplía fielmente con los oficios religiosos.

Andaba continuamente pendiente del calendario, interesándole todo aquello relacionado con las fases lunares como resulta obvio. Su retoño tenía la puesta de largo y necesitaba estar informado.

Llegó la noche esperada, la luna lucía llena en lo alto. La prueba consistía en mordisquear un ternero.

El niño con el cuerpo lleno de pelo, las garras afiladas y lágrimas en los ojos le instó a su padre a no seguir adelante pues ya no comía carne, se había vuelto vegano.


miércoles, 18 de junio de 2025

EL LAPICERO QUE DIBUJABA SIN PUNTA (Microrrelato hasta 100 palabras)


 CONCURSO RELATOS EN CADENA

Dibujó un ataúd pequeño y se metió dentro, pero se dejó el lapicero fuera. Alguien lo encontró brillando en el suelo y comenzó a utilizarlo.

Primero dibujó una flor y su aroma cubrió la atmósfera de primavera. Asombrado con el resultado dibujó un árbol repleto de pájaros. Al instante empezó a llenarse de frutos y a oírse los trinos.

Creyó que podría dibujar un mundo mejor y fue a buscar a los fabricantes de odios y les dibujó una bilis buena y a las armas de guerra un nudo en los extremos.

Cuando hubo dibujado un montón, se paró a sacarle punta al lapicero y continuó imaginando cosas.

martes, 10 de junio de 2025

EL TABACO MATA (Microrrelato hasta 100 palabras)


 CONCURSO RELATOS EN CADENA

Jugó a dibujar figuras de humo, mientras barajaban las cartas. Apiló las que le tocaron en suertes.

 Mirándolas de reojo apostó lo que le quedaba, incluyendo unos pagarés. Solo él sabía que no tenían fondos.

Mientras le tocaba el turno, se dirigió al excusado; sentándose en la taza, apoyó la cabeza en una de las paredes y con un cúter sajó la muñeca de su mano derecha, la misma que había sujetado la mala suerte momentos antes.

Sobre la mesa de juego, una densa nube de humo de una última calada dejaba entrever la figura de un encapuchado asido a una guadaña de grandes dimensiones.


jueves, 5 de junio de 2025

VISITA INESPERADA (Microrrelato hasta 100 palabras)


 CONCURSO RELATOS EN CADENA


Sabía a soledad, pero también a paz. Había pasado tanto tiempo desde la última orgía que casi lo había olvidado

Apenas recibía visitas. Durante el día, permanecía oculto en los bajos de su castillo, pero la noche le daba nuevos bríos. Paseaba sin miedo por las estancias, a la tenue luz, casi apagada, de unas derretidas velas.

Esa noche unas turistas francesas, tan osadas como perdidas, llamaron a su puerta.

“Por fin volveré a sentir paz”, pensó.

Se dirigió hacia la puerta ciñéndose una enorme capa de terciopelo negro y cuello vuelto, de color rojo.

Una leve sonrisa dejó al descubierto el brillo de dos afilados colmillos.


sábado, 31 de mayo de 2025

LA DIADEMA DE LAS FLORES SECAS



CERTAMEN LITERARIO “FLOR NATURAL XLVII EDICIÓN” CLAVARIOS VIRGEN DE LA SOLEDAD CHESTE (VALENCIA)

“No te alejes tanto”,
le repite su madre gritando
al salir de los santos oficios
soltándose de su mano,
mientras corre sin hacer caso,
ahí va la loca de la cara bonita
gritaban los vecinos a su paso
toda vestidita de blanco.
 
Y corría y corría sin descanso
hasta perder el aliento
por los caminos inacabados,
solitarios y mundanos,
los que alcanzando los trigales
a menudo pasan de largo,
los mismos que llegan al molino
y que de tanto esperar a su Quijote
ha tiempo que se hizo viejo.
 
Dicen de ella que estaba loca
que nunca se estaba quieta
y ella corría y corría sin freno
saltando de charco en charco,
con sus calcetines de perlé
y el lacito azul de raso
y su madre gritaba a lo lejos
“No te manches los zapatos”,
“No pierdas la cinta del pelo”.
 
Y decían que estaba loca,
la loca esa de la cara bonita
la misma que camino a la escuela
se retrasaba cogiendo moras
y conseguía parar el tiempo
y cuando quería darse cuenta
sonaba a lo lejos la campana
y llegaba la última a la escuela
con la cara llena de arañazos
y morados los labios de moras
y los libros se quedaban olvidados
entre las zarzas y los arbustos.
 
Decían de ella que estaba loca
que le gustaba hacer el pino
y ver el mundo al revés
tocar la tierra con los dedos
y que la falda le cubriera la cara
mientras a sus espaldas murmuraban
ahí va la loca esa de las enaguas blancas
la de los pensamientos raros
y la diadema de flores de camomila,
de azahar y manzanillas en el pelo.
 
Ahí va esa loca
recogiendo mariquitas y gusanos
la que escucha cantar a los pájaros
y mirar el sol con los ojos cerrados
cuando está en lo más alto
y pasear bajo las sombras
de alcornoques y castaños
buscando que le hagan guiños
cuando camina bajo sus ramas.
 
Y ahora con escarcha en el pelo
sentada en su habitación
con la mirada ausente y perdida,
unos grandes ventanales
le recuerdan el pequeño jardín
y la fuente de piedra, sin agua
mientras sostiene en las manos
la diadema de flores secas
de azahar, camomila y manzanillas
y la cinta azul de raso
y oye a lo lejos gritar a su madre:
“No te manches los zapatos”,
“No pierdas la cinta del pelo”.

***

jueves, 22 de mayo de 2025

DOCUMENTO ENVENENADO (Microrrelato hasta 100 palabras)


 RELATOS EN CADENA

Su esposa y su hermano ni la probarían, eran veganos y amantes.

Una oferta de lanzamiento que no podía rechazar, chuletones de kilo a mitad de precio.

Se puso morado, tanto que acabaron en la sala de espera del hospital. El diagnostico atragantamiento por cuerpo extraño.

Una enfermera informó de los pormenores: un trozo de carne se quedó sin recorrido, cerca del gaznate.

En la mano llevaba un formulario que les entregó aprovechando el desconcierto, rutina hospitalaria, dijo. En la cabecera del documento las palabras donación y órganos escritas con letras grandes y resaltadas en negro ganaban protagonismo.

Quitándole importancia comentó: “Por si se complicara la cosa”


sábado, 17 de mayo de 2025

LLUVIA, SEQUÍA, VIENTO


 CONCURSO 5 NOCHES 5 VILLAS
II EDICIÓN

Ahora que ya eres mayor
apenas te sientas ante el espejo.
De repente, y sin venir a cuento
de la infancia evocas recuerdos.
 
Recuerdas como una tonta,
a tu mamá, a tu lado, contigo,
y quieres contarle tus secretos
los secretos de tu vida al oído.
 
Naciste para ser princesa,
y acabaste de juguete roto.
¿Que fueron de tus sueños
meciéndose en función del viento
de rezar para que lloviera,
de las necesidades del campo
o si ese año tocaba barbecho?
Un marido y poblarte de hijos
se convirtió en tu objetivo
en el objetivo de tu existencia.
.
Pero tu mamá ya no está.
Y ahora la echas de menos.
Mírate en el espejo de nuevo,
antes de que se nuble la memoria
siéntate y cepíllate el pelo
como hacías de pequeña
mientras tu mamá te anudaba
un hermoso lazo rojo.
 
Acabaste harta de paseos
 por la rambla de tu pueblo
eran tardes de noviembre
lágrimas cayéndote por las mejillas
y el cielo, de agua cubierto.
 
Tardaste en darte cuenta
que la vida se vive día a día
que mañana puede que sea tarde
y que hoy, aún tienes tiempo.
 
Tomaste el camino equivocado
cuando te soltaron de la mano,
hiciste sola el trayecto,
muchos baches y pocas rectas,
te obligaron a estar despierta,
dejaste las advertencias de lado
los avisos y los consejos olvidaste
y ahora estas notando sus efectos.
 
Ya no tienes a nadie,
todos abandonaron el nido
solo buscas una silla,
un tocador y un cepillo de pelo,
una ventana donde distraer la mirada
y a ti mamá, que estés a mi lado,
y que tus manos acaricien
de nuevo mis plateados cabellos
y lucir el lazo rojo, como antaño
y si llueve, sentiré la lluvia
y si luce el sol le desafiaré
mirándole con los ojos abiertos
y si hay sequía pintaré de amarillo
el lienzo de mi nueva vida.
 
***

 


miércoles, 14 de mayo de 2025

EL SOFÁ DE TRES PLAZAS (Microrrelato hasta cien palabras)


 CONCURSO RELATOS EN CADENA

Esta noche saldrían a cenar un bocadillo de calamares. Ella odiaba esos bocadillos desde siempre. A él, en cambio, le encantaban, aunque le sentaran mal, pero no lo sabía. Ella le ocultó los resultados de unas pruebas que así lo acreditaban.

Ella todavía soñaba con el glamour, la fama, la alfombra roja, pero le tocó vivir otra vida.

Con un vestido de rebajas y un bolso adquirido a un mantero, salió a que le diera el aire. Él, mientras tanto, dormitaba en el sofá, ocupando dos de las tres plazas.

Afuera, escondido, un asesino a sueldo esperaba a una soñadora sin sueños de bolso falso y vestido rebajado.

viernes, 9 de mayo de 2025

LA IMPORTANCIA DE ESTAR BIEN SITUADO


 UNA HISTORIA DE AMOR EN 25 PALABRAS


“No gires la cabeza” – le dijo.

 “Estoy viendo a la chica más hermosa que nunca antes haya visto”

A su lado, un espejo era testigo.

martes, 6 de mayo de 2025

CONSECUENCIAS INESPERADAS (Microrrelato hasta 100 palabras)


 CONCURSO RELATOS EN CADENA

Le había inutilizado los frenos.

Nevaba. Pronto la nieve daría paso al hielo, lo tenía previsto. Era un día perfecto, sin embargo, dos llamadas lo cambiarían todo.

La primera era para su mujer. Su jefe le informaba que el tiempo iba a empeorar, que se quedara en casa. La segunda, de su vecino. No le arrancaba el coche, seguramente por el frío. Le pedía el vehículo para hacer un recado. No supo negarse. Cuando cayó en la cuenta ya era demasiado tarde.

En el cementerio, sigue nevando, su mujer se queja del frío, su vecina sonríe discretamente, él diría que está contenta.

sábado, 12 de abril de 2025

NARIZOTAS (Relatos con humor)


 

De pequeño apuntaba maneras. Cuando era un recién nacido, se le enrojecía la naricita a menudo, hasta que se dieron cuenta sus padres que era debido a la fricción y roce con los bordes de la cuna nido. Esa etapa duró poco, como era de prever, justo hasta que comenzó a gatear. En esa época se volvía rojiza la nariz como consecuencia de los golpes que se daba contra el suelo, al calcular mal las distancias y no responder la psicomotriz, como es debido. En lugar de golpearse con la frente como hacían otros niños, él se golpeaba con la nariz.
 
Tengo que aclarar que la anchura de su nariz, incluidas sus alas, superaban con creces la distancia que había entre sus ojos.
 
Sorteó como pudo una infancia llena de burlas, bromas y mofas. En aquella época sus amigos le asignaron un mote, que dicho sea de paso era lo más común en aquellos tiempos, se trataba de ser cruel a toda costa. El mote que le pusieron fue “Narizotas”, en honor a su órgano más voluminoso, aunque él no lo había solicitado. Ese apodo le acompañaría el resto de su vida.
 
Aunque en general gozaba de buena salud, sufría en demasía las consecuencias de tener la nariz tan grande.
 
Al llegar los primeros días de otoño, comenzaba con algún que otro resfriado, en general de poca monta, pero servía de referencia de cómo iba a trascurrir esa estación en lo que a resfriados se refiere. Sabía de antemano que llegaría a la cifra de al menos una docena, de resfriados, por supuesto. No había más que fijarse en las estadísticas de años anteriores, que meticulosamente tenía anotadas en una libreta, por riguroso orden de aparición. Incluía estas anotaciones: las fechas, la duración del resfriado y los remedios utilizados para remediarlos.
 
Los inviernos se convirtieron en etapas muy difíciles de sobrellevar, debido precisamente a la facilidad innata en resfriarse, con todo lo que eso conlleva. En el colegio le tomaban el pelo; corría el rumor por los pasillos de la escuela que los virus en general, llegado el frío, buscaban su nariz para resguardarse de las inclemencias del tiempo.
 
Coincidió con la época en la que se empezaron a dejar de lado el uso de los pañuelos de tela y se comenzaban a utilizar los mal llamados “clínex” o pañuelos de papel.
 
Para su madre resultó un alivio, pues estaba harta de llenar la lavadora con tanto pañuelo; en cambio, para “Narizotas”, eso significó un tormento. Era como llevar un letrero encima, como si fuera una penitencia, arrojando a todas horas y en cualquier lugar pañuelos llenos de miasmas y mocos. Además, de tanto sonarse la nariz y debido a ciertos componentes en la fabricación de esos pañuelos, le dejaban la nariz enrojecida en su punta y de las fosas nasales, sus bordes. Ese detalle en plena adolescencia representó todo un lastre. Al menos la pubertad le dio un respiro siendo benévola con “Narizotas”. El acné juvenil no se cebó en su cara.
 
A medida que iba creciendo, con asiduidad y sin que “Narizotas” diera el correspondiente permiso, su nariz se adentraba en cualquier lugar o en cualquier asunto a las primeras de cambio, que le incumbiera o no era otra cuestión. Nunca dio las gracias a la naturaleza por dotarle tan generosamente de un órgano tan vistoso, voluminoso y entrometido, más bien fue todo lo contrario. Sus padres ya detectaron esa “rara habilidad”, pero nunca tuvieron claro si era debido a la curiosidad, ese afán tan propio de edades tempranas, o a la protuberancia de dicho órgano.
 
A decir verdad, hicieron buenas migas ambas cualidades, curiosidad y protuberancia para desgracia de “Narizotas”. Resulta que, como era un “metomentodo”, asomaba con frecuencia la cabeza en las habitaciones y estancias; para husmear, pero lo primero que invadía esos espacios no eran las orejas, los ojos o la cabeza, era la punta de su nariz, como resulta obvio. En cuanto se percataban de su presencia, automáticamente soltaban manotazos a las puertas, con el fin de cerrarlas para seguir manteniendo la privacidad, tan repentinamente que no daban tiempo al cotilla a batirse en retirada, siendo golpeado a menudo con saña en la punta del órgano que todos sabemos. De ahí que enseguida se pusiera roja y a menudo se le podía ver por los pasillos cubierto con una cantidad ingente de apósitos, pomadas y vendas.
 
Y así plácidamente iba transcurriendo su vida temprana hasta que ocurrió un hecho que le cambiaría su vida por completo.
 
Resulta que le aparecieron a “Narizotas” unas molestias respiratorias, unas alergias, pensaron sus padres en un primer momento. Hechas las primeras pruebas y visitado el correspondiente médico por aquello del diagnóstico, le detectaron unas molestas vegetaciones; había que operar para extirparlas, nada serio, le dijeron. Y “Narizotas” tuvo una ocurrencia, maldita la hora, que podían aprovechar esa intervención y optimizar el quirófano haciendo cirugía plástica en su nariz. Vaya que le quitaran un cacho. Alegaría problemas respiratorios si fuera necesario y de ese modo podrían serrarle el tabique. Así de sencillo lo veía, pero mira por dónde, coló la sugerencia.
 
Pasó un tiempo incómodo, horroroso y feo, con la piel de la cara amoratada y vendas que le cubrían desde la boca hasta los ojos.
 
Pero todo cambió en unos días, cuando le quitaron los vendajes y pudo mirarse al espejo. Se encontró guapo por primera vez en su vida; las vegetaciones no le habían desaparecido del todo, pero eso ahora mismo no le preocupaba demasiado.
 
Poco a poco, lo que para “Narizotas” era todo un progreso y hasta un triunfo, eso se le iba a volver en contra.
 
Sus amigos, los mismos con los que se había relacionado desde pequeño y que se habían burlado durante toda su escasa vida, le iban rechazando poco a poco. Ya no era el mismo, además para más inri, tenía éxito con las chicas. Apenas paraba por el barrio. Él también se iba dando cuenta de que les echaba de menos. También se percató que estaba cambiando, que no era el mismo de antes del cambio. Se estaba quedando solo.
 
Ya no se resfriaba tanto, dejó de ser entrometido y curioso. Tampoco gastaba en apósitos y vendas. Se había quedado sin amigos. Él ahora estaba viviendo una vida que no era la suya y no se encontraba cómodo. Paradojas de la vida, pensó. Era más feliz cuando le llamaban “Narizotas”, siéndolo, que ahora que ya no lo era, pero tampoco había nadie conocido que le llamara otra cosa. Solo le quedaba el mote, pero en su cabeza.